La lógica paramilitar es la lógica del hiper capitalismo : el hombre vale lo que puede generar. Los jóvenes de barrios marginales, que no valen nada ni a nadie interesan, fueron comprados por el ejercito a 200.000 pesos por cabeza. Como el Estado pagaba 3'800.000 por guerrillero muerto en combate, la ganancia era considerable. Hoy, cuando se conocen 3500 casos (se estima que se trata solo de una parte, la mayoría de familias temen denunciar), se sabe que el ejército pudo recaudar un monto total de 13.300'000.000 de pesos y que quienes « cazaban a los jóvenes » ganaron 700'000.000.
El único problema que tuvieron las matemáticas del horror para cerrar sus cuentas fueron las madres. De ellas se esperaba que guardaran silencio. Pero se agruparon para resistir. Algunas volvieron a perder otros hijos, asesinados para disuadirlas. Pero continuaron. Finalmente, en cierto punto, su determinación comenzó a ser recompensada y lograron desvelar la máquina del horror con que el ejército alimentaba la guerra : comenzaron a ser escuchadas, sobretodo en el exterior.
En el fondo, lo que está en juego en Colombia es importante para el mundo entero. Se trata de saber hasta qué punto la lógica económica ultra liberal, presente en Colombia desde finales de los años ochenta, puede arrasar con nuestra humanidad. La insaciable sed de ganancia de unos siempre va a la par con la necesidad de sobrevivir de los demás : las sociedades se dividen. Nunca antes cada uno de nosotros se sintió tan solo (en cualquiera de los bordes que esté).
Conozco bien los mitos y fábulas del capitalismo. Fui, en otra vida, economista. Este es el contexto, nos dicen los expertos: están en una discoteca en Río de Janeiro que va a quemarse. Hay una pequeña ventana por la que podrán salvarse sólo tres personas. Entonces ¿ qué hace usted ? De todos los animales el hombre es la peor bestia.
El miedo es la base de un sistema que funciona cuando cada uno de nosotros se siente en competencia con todos los demás.
Pero para saber que la humanidad no se encuentra en una discoteca en Brasil se necesita distancia. Permitirse jugar con la realidad para imponerle otro sentido. En nuestras ciudades, iluminadas por todos lados, dormidas en la monotonía de ruidos constantes, tenemos la sensación de conocerlo todo, nada nos sorprende. Una de las principales funciones de la ciudad es hacernos olvidar del miedo, por eso luchan contra la oscuridad. Las historias que lo cuentan siempre van asociadas a una infancia inocente. Toda nuestra educación parece construida sobre esa necesidad : no hay lugar para lo desconocido, podemos llegar a ser adultos con la seguridad de controlarlo todo. La ciencia y la tecnología son presentados como nuestras grandes defensas.
A este discurso se opone siempre la religión, como si el hombre solo pudiera escoger entre una arrogancia racional o una servitud mística (lo que hoy en día resume la confrontación mediática : capitalismo o Islam).
Por eso el orden económico busca aniquilar todo lo que sea diferente, capaz de atravesarse a la lógica comercial que pide, ante todo, la homogeneización. La suerte de las comunidades campesinas de Colombia son un triste ejemplo.
Ellas representan, para las élites y gran parte de la clase media, el pasado del que se quiere escapar. Como la economía capitalista no logró atraer al campesinado a las ciudades (como lo preveía, entre otros el plan Currie de los setenta), la violencia tomó las riendas. Desde los años ochenta, el éxodo fue más escape que un salto hacia el futuro. Los grupos paramilitares, creados conjuntamente por capos de la droga, militares, terratenientes y políticos (algunos de los cuales eran todo eso a la vez) se crearon para combatir a la guerrilla. En realidad, gracias al apoyo silencioso de una parte del aparato estatal, la población civil se convirtió en su principal enemiga. Los campesinos tuvieron que abandonar sus tierras para dar paso a la explotación de bio carburantes y la minería.
Justamente estas comunidades campesinas, mestizas, son herederas de prácticas ancestrales que mezclan saber indígena, catolicismo poco ortodoxo y rituales africanos. En todas ellas, de manera distinta, lo desconocido tiene un lugar importante en el saber popular, la oscuridad profunda estaba asociada a la noche y el miedo no tenía nada que ver con la ignorancia (en total oposición a nuestra percepción citadina).
Los relatos campesinos tratan de dar un sentido a la avasallante marea de eventos a los que se vieron sometidos. Después de todo, el hombre es solo un animal como los otros (y no el peor) y ocupa un lugar en el universo que puede ser central pero es, sobretodo, frágil. Es por esto que cuando la violencia llega, cuando un capitalismo desbordado se vuelca sobre el campo, la cultura popular logra hacerle frente y trata de imponerle otro sentido. Eso es lo que permite que en pleno Bogotá, una familia que lo ha perdido todo continue resistiendo. Su palabra es su mayor tesoro. He pasado un tiempo en el campo colombiano y en los barrios periféricos de Bogotá para poder sentir lo que aquí escribo.
Pienso que la resistencia campesina funda un sistema coherente, profundamente rico para todos. Se trata de construir el retrato de una sociedad abierta que es cuestionada por la violencia pero que logra, a fin de cuentas, resistirle.
El único problema que tuvieron las matemáticas del horror para cerrar sus cuentas fueron las madres. De ellas se esperaba que guardaran silencio. Pero se agruparon para resistir. Algunas volvieron a perder otros hijos, asesinados para disuadirlas. Pero continuaron. Finalmente, en cierto punto, su determinación comenzó a ser recompensada y lograron desvelar la máquina del horror con que el ejército alimentaba la guerra : comenzaron a ser escuchadas, sobretodo en el exterior.
En el fondo, lo que está en juego en Colombia es importante para el mundo entero. Se trata de saber hasta qué punto la lógica económica ultra liberal, presente en Colombia desde finales de los años ochenta, puede arrasar con nuestra humanidad. La insaciable sed de ganancia de unos siempre va a la par con la necesidad de sobrevivir de los demás : las sociedades se dividen. Nunca antes cada uno de nosotros se sintió tan solo (en cualquiera de los bordes que esté).
Conozco bien los mitos y fábulas del capitalismo. Fui, en otra vida, economista. Este es el contexto, nos dicen los expertos: están en una discoteca en Río de Janeiro que va a quemarse. Hay una pequeña ventana por la que podrán salvarse sólo tres personas. Entonces ¿ qué hace usted ? De todos los animales el hombre es la peor bestia.
El miedo es la base de un sistema que funciona cuando cada uno de nosotros se siente en competencia con todos los demás.
Pero para saber que la humanidad no se encuentra en una discoteca en Brasil se necesita distancia. Permitirse jugar con la realidad para imponerle otro sentido. En nuestras ciudades, iluminadas por todos lados, dormidas en la monotonía de ruidos constantes, tenemos la sensación de conocerlo todo, nada nos sorprende. Una de las principales funciones de la ciudad es hacernos olvidar del miedo, por eso luchan contra la oscuridad. Las historias que lo cuentan siempre van asociadas a una infancia inocente. Toda nuestra educación parece construida sobre esa necesidad : no hay lugar para lo desconocido, podemos llegar a ser adultos con la seguridad de controlarlo todo. La ciencia y la tecnología son presentados como nuestras grandes defensas.
A este discurso se opone siempre la religión, como si el hombre solo pudiera escoger entre una arrogancia racional o una servitud mística (lo que hoy en día resume la confrontación mediática : capitalismo o Islam).
Por eso el orden económico busca aniquilar todo lo que sea diferente, capaz de atravesarse a la lógica comercial que pide, ante todo, la homogeneización. La suerte de las comunidades campesinas de Colombia son un triste ejemplo.
Ellas representan, para las élites y gran parte de la clase media, el pasado del que se quiere escapar. Como la economía capitalista no logró atraer al campesinado a las ciudades (como lo preveía, entre otros el plan Currie de los setenta), la violencia tomó las riendas. Desde los años ochenta, el éxodo fue más escape que un salto hacia el futuro. Los grupos paramilitares, creados conjuntamente por capos de la droga, militares, terratenientes y políticos (algunos de los cuales eran todo eso a la vez) se crearon para combatir a la guerrilla. En realidad, gracias al apoyo silencioso de una parte del aparato estatal, la población civil se convirtió en su principal enemiga. Los campesinos tuvieron que abandonar sus tierras para dar paso a la explotación de bio carburantes y la minería.
Justamente estas comunidades campesinas, mestizas, son herederas de prácticas ancestrales que mezclan saber indígena, catolicismo poco ortodoxo y rituales africanos. En todas ellas, de manera distinta, lo desconocido tiene un lugar importante en el saber popular, la oscuridad profunda estaba asociada a la noche y el miedo no tenía nada que ver con la ignorancia (en total oposición a nuestra percepción citadina).
Los relatos campesinos tratan de dar un sentido a la avasallante marea de eventos a los que se vieron sometidos. Después de todo, el hombre es solo un animal como los otros (y no el peor) y ocupa un lugar en el universo que puede ser central pero es, sobretodo, frágil. Es por esto que cuando la violencia llega, cuando un capitalismo desbordado se vuelca sobre el campo, la cultura popular logra hacerle frente y trata de imponerle otro sentido. Eso es lo que permite que en pleno Bogotá, una familia que lo ha perdido todo continue resistiendo. Su palabra es su mayor tesoro. He pasado un tiempo en el campo colombiano y en los barrios periféricos de Bogotá para poder sentir lo que aquí escribo.
Pienso que la resistencia campesina funda un sistema coherente, profundamente rico para todos. Se trata de construir el retrato de una sociedad abierta que es cuestionada por la violencia pero que logra, a fin de cuentas, resistirle.
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