Sobre una esquina de la puerta cuelga un pequeño vestido de mariachi. Es azul cielo. Lucero se lo pone al menos dos veces por semana. Antes de mostrarme las fotos de su hijo, Omar Leonardo, me pasa su álbum de fotos como cantante. Elegante y maquillada, con grandes sombreros de todos los colores, siempre sonríe a la cámara. Pero sus ojos no mienten : la desaparición de su único hijo pesa en su mirada.
Omar Leonardo fue un verdadero punk. Había viajado a los Estados Unidos acogido por miembros de su familia, jugó con la nieve, aprendió a hablar inglés e, incluso, se hizo mormón. Algunas fotos lo muestran con su cresta negra y una larga camisa blanca, el día de su bautismo, rodeado por hombres vestidos con camisas blancas de manga corta y pantalones oscuros. Pero el punk terminó ganando y volvió a Colombia para vivir a su manera, lo que Lucero siempre respetó.
Omar Leonardo no terminó su bachillerato. Prefirió coger su mochila e irse a caminar por el país. Para ganarse la vida se volvió artesano. Desplegaba una sábana delante de las universidades para exponer todas sus mercancías : brazaletes personalizados, collares en plata, camisetas estampadas a mano, casetes. Le daban suficiente para vivir. Un día cualquiera decidió instalarse en Medellín.
Todos los años, era la única certitud que tenía Lucero, Omar la llamaba en su cumpleaños. En el 2007, cuando dejó de hacerlo, tenía 26 años. La última vez que pudo hablar con él fue un 11 de agosto.
Una noche, mientras pensaba en su hijo, una mariposa nocturna entró de ningún lado para quedarse pegada en una pared de su salón. Un pequeño batido de alas probaba que Lucero no se la estaba imaginando. Un miedo inexplicable la hizo encerrarse en su pieza. Por la mañana encontró la mariposa en el mismo lugar. No se movía. Trató de hacerla mover con el mango de la escoba. Cayó muerta. Ese fue el primer signo.
Desde ese momento su hijo venía a visitarla cuando estaba sola. Ella escuchaba como caminaba en la cocina, como servía los platos en la mesa, como tomaba agua. Poco a poco se fue convenciendo : Omar Leonardo ya no estaba vivo.
Un día recibió una llamada de la fiscalía. Su hijo estaba enterrado cerca de Medellín. Ella se fue para tratar de traerlo sola. Llegó al cementerio y comenzó a golpear en cada una de las tumbas, preguntando si se trataba de Omar. Así llegó a una en la que estaba escrito « restos ». Súbitamente visualizó el horror que encerraba la palabra. Dudando, golpeo, pero su hijo no le dijo nada. Tuvo que aceptar lo que era evidente : era imposible recuperarlo sola. Volvió a Bogotá para esperar que se hicieran los debidos procedimientos. Finalmente se organizó un viaje oficial para realizar su reconocimiento y exhumación. Llegó de nuevo al cementerio. El sepulturero no había sido muy metódico con el registro de los cuerpos. Llegaron frente a la tumba en la que estaba escrito « restos » y la abrieron. Había un solo cuerpo y estaba entero. Era el de su hijo.
También lo acusaron de hacer parte de la guerrilla. Pero Lucero recordó su última llamada y el día exacto en que la hizo. Omar Leonardo había sido asesinado cuatro días después. La historia ya se conocía desde hace más de un año : Omar Leonardo es una de las 110 víctimas del accionar de la brigada 4a que operaba en el noreste de Antioquia.
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