A finales del 2007 un joven de Soacha tomaba un curso de criminalistica cuando descubrió, en las imágenes expuestas por su profesor, la foto de su primo acribillado por múltiples impactos de bala. Conteniendo su emoción esperó el final del curso para indagar sobre el origen de las fotos. El profesor solo puede decirle que se trata de fotos de jóvenes muertos recientemente en Ocaña, Norte de Santander. Con la escasa información el joven llamó a su tía para anunciarle la mala noticia : hacía meses que ella buscaba a su hijo.
Antes de aquel día ella había logrado acumular detalles sobre la extraña desaparición de su hijo : se había ido con una promesa de trabajo bien pago a una región distante. No estaba solo. Durante los largos meses de búsqueda la madre pudo contactar a dos más que estaban en la misma situación. Lograron conocerse y establecer un lazo fuerte. La llamada de su sobrino la hizo retomar contacto con ellas para ir a pedir información a la fiscalía juntas.
Con esa información comenzaron a atarse cabos. Verán, sobre la pantalla del computador, las fotos de sus hijos acribillados. Sin tener tiempo para realizar lo que están viviendo, son embarcadas en la aventura de recuperar el cuerpo de sus hijos. Mientras esperan llorando en una pequeña sala se dan cuenta de que ya son cuatro.
Ese día un futbolista cae muerto en una cancha. La prensa nacional viene a cubrir el evento. Mientras espera por información un periodista observa los sollozos de este grupo de mujeres y, adivinando un evento extraño, viene a su encuentro. Después de escucharlas logra convencer a sus colegas de cubrir la noticia y toma con afán las fotos que las madres tenían de sus hijos. Tres de ellas se las dan, la cuarta no confía en la urgencia del periodista. Así, rápido y por azar el país entero aprende que un grupo de jóvenes de Soacha ha sido encontrado muerto lejos de sus viviendas. La noticia tiene impacto y parte de los periodistas decide acompañar las tres madres en la tarea de exhumación. Para protegerse, la cuarta madre decide hacer las cosas por su lado.
La llegada a Santader es caótica. Las madres tienen que descubrir otras fotos y recibir nueva información : sus hijos muertos, uniformados, son presentados como guerrilleros muertos en combate por el ejército. Las madres son incriminadas : ellas cubren delincuentes o, en el mejor de los casos, ignoran el camino peligroso que tomaron sus hijos. Sorprendidas, filmadas, ellas dan muestra de coraje. Hay bastantes detalles que les parecen extraños. Los jóvenes fueron asesinados pocos días después de haber desaparecido de Soacha. Ellas están convencidas de que se trata de un montaje. Pero su palabra no tiene el mismo peso que la del ejército.
Los medios se van a interesar cada vez más en la noticia. No es la primera vez que el ejército presenta como guerrilleros a la población civil. Existe, incluso, un nombre al interior de la institución para designar la práctica con la frialdad del lenguaje militar : falsos positivos. Para probar su eficacia en la lucha contra la guerrilla y ganar primas y ascensiones importantes, se inventan los combates. Las víctimas son siempre miembros de comunidades « poco importantes » en la concepción social que domina al país : indígenas, campesinos, indigentes, etc. Hasta allí, esta práctica era considerada como marginal por el Estado colombiano. Cuando se hablaba del asunto, se decía que era un artilugio para desmoralizar a las tropas e impedirles alcanzar su objetivo final (fijado por Alvaro Uribe a su llegada al poder en 2002) : eliminar a la guerrilla en el combate. Los primeros casos conocidos fueron presentados como casos sin importancia, producidos por la imaginación maquiavelica de un puñado de hombres. Pero, frente a las madres fue imposible utilizar el mismo argumento. Su acusación era masiva y, sobretodo, mediática.
Toda Colombia comienza a conocerlas como las madres de los falsos positivos de Soacha. En ese nombre sus hijos pierden por completo su identidad y son tratadas como enemigas directas del Estado. Sin embargo en pocas semanas se consolida un grupo de trece familias. Hoy son diecisiete, organizadas para luchar contra un práctica militar que arroja la horripilante cifra de 3750 personas asesinadas como si fueran guerrilleros. En todo el país se organizan y levantan movimientos para luchar por los derechos de esas familias e impedir que la práctica continué de forma impune. En términos judiciales, los procesos han sido pocos y la mayoría han sido burlados (los militares acusados se pasean como quieren desde su cárcel en Tolemaida).
Las madres de Soacha, sin embargo, siguen allí, luchando por lo suyos y para que todos los demás jóvenes no sean considerados como objetos de guerra.